jueves, 24 de enero de 2008

Neruda


Siempre he dicho que no soy lector habitual de poesía, si bien es cierto que en momentos puntuales leo autores como Neruda, Machado, Jiménez...

Hoy, inspirado por el soneto inacabado que le han regalado a Alana, lo cual es un detalle precioso, transcribo aquí un poema que nunca me canso de leer:


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado su
s grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.




miércoles, 23 de enero de 2008

Cuando alguien se va

"No merece la pena estar triste", me dicen. Pero es inevitable. Cuando alguien se va de nuestro lado, cuando alguien desaparece de nuestras vidas, no podemos evitar que fluya un torrente de sentimientos a través de nosotros. Recordamos con melancolía tiempos en los que nos acompañaron, momentos compartidos. Tampoco podemos evitar pensar en la fragilidad de la vida, y mucho menos en su fugacidad.

Nunca conseguiría explicar todo el barullo de ideas que se amontonan en mi cabeza. Es un momento de confusión, pero no paro de imaginar el dolor que debe oprimir, más todavía que el de todos los que también le recordaremos, el corazón de sus hijas y marido.

Ganó muchas batallas, durante muchos años, pero la última sabía que jamás podría ganarla. Tan sólo retrasarla.